jueves, 22 de octubre de 2009

CUARENTA AÑOS

Llevo semanas pensando sobre esta entrada; no hay forma de poder darla inicio. He cogido a Freddie McKay y Nicky Thomas. Se llama inspiración. Me tengo que poner en primera persona, aún con mi flequillo. Las botas cereza están bien limpias, hace una semana las dí crema, y los tirantes están localizados en un cajón perfectamente accesible.

A los que estamos de este lado, a los que hablamos de todo esto en primera persona, siempre nos ha tocado dar justificaciones y explicaciones. También defendernos. En cualquier caso, si, me pongo en primera persona, pero del plural.

Somos herederos de los mods, de aquella juventud judía, homosexual y bastarda que a finales de los '50 emergía en el West London. Nosotros, como hicieron aquellos principiantes absolutos, estamos bajo el derecho de esa máxima: "vida limpia en circunstancias difíciles".

Creamos un universo, nuestro universo, como exaltación del estilo proletario. Como odio hacia lo burgués. Iluminados obsesionados con el baile, el fin de semana y la vida acelerada. Volvíamos a encender la llama de la clase trabajadora y lumpen con la personalidad suficiente como para no dejarse arrastrar ni amedrentar por el establishment. Los skinheads salíamos a la calle en un estado de permanente revuelta, como decían los surrealistas. Así salimos desde la segunda mitad de los '60.

Al principio baldheads o lemons. Dependiendo del distrito o ciudad también suits, spy kids o peanuts. Y desde 1969, skinheads. Dimos forma a la rabia y los sueños, nos metimos las manos en los bolsillos y nos pavoneamos delante del poder. Y todo a ritmo de soul y reggae.

Esa es la historia; la única historia. Jóvenes, y no tanto, buscando lo real o, como dirían los otros, la vida total.

Nuestro universo siempre ha sido incomprendido. Desde fuera y también desde aquellos que con la vista nublada tratan de adherirse cual causa pasajera. De los primeros nos reimos. De los segundos nos espantamos y ruborizamos. Por eso la única historia posible es la que nosotros mismos contamos. No nos gusta oir que nacimos como respuesta a los hippies. Odiamos que digan aquello de los buenos y los malos. No queremos escuchar de patrias y vencedores en batallas que no son nuestras. Las razas nos importan una mierda. Cualquiera que hable de ello no forma parte del universo: "atrapemos al farsante!".

Los skinheads adoramos mezclar calcetines rojos con loafers negros, jersey v-neck con camisa de cuadros, pañuelo azul tres picos con chaqueta tornasolada. Buscando el detalle hasta lo barroco para evidenciar que en este planeta somos extraterrestres. Entusiastas asqueados del aburrimiento y miseria que nos imponen. Eterno desprecio a lo político y desencanto agudo con este sistema del letargo.

La vida real es la que no sale en los telediarios, ni suena en las emisoras de radio. Es la que no se vende en los megastores ni la que se lee en las revistas. La vida real está en nuestros fanzines, en nuestros discos, en nuestras fiestas y en nuestras letras.

Carreras, bailes, inmediatez, camisas entalladas, double-siders...ese, y no otro, es nuestro universo.