sábado, 28 de marzo de 2009

OTRA DERROTA

Llego a casa después de cosechar otra derrota, de esas que duelen, de esas que tardas en recuperarte porque nunca se pueden olvidar. Una derrota de las que van creando la personalidad, la forma de ser, la manera de entender las cosas. Como siempre, derrota. Esta vez ha sido dura.

La derrota me deja entender que cada vez estoy más solo. Allí había unos cuantos skinheads, algunos punks, unos heavys, algún mod. Enfrente los policias. Cientos de policias: municipales con casco, municipales sin casco, nacionales en coche, antidisturbios en furgonetas, antidisturbios con escopetas para pelotas de goma y botes de humo, lecheras creando un cortejo. Un cortejo grotesco, en mi barrio, delante de mis narices; un cortejo del poder, exhibiendo a sus perros de caza.

Gritos de rabia, delante de ellos, de los policias y de los nazis. Porque esto no es una historieta más de cuando tenía 16 años. Esto es serio. Esto es luchar por lo que uno ha defendido y sigue defendiendo. Esto es luchar por mí, porque soy egoísta, lo admito. Esos gritos, ahí delante, en Emilio Ortuño, eran contra todos, eran un "yo solo puedo contra todos vosotros, cerdos de mierda", era demostrar que las gafas de sol y las camisas de cuadros siempre estarán en la vanguardia de mi revolución particular; siempre estarán en la primera fila.

Había nubes. Empezaba a llover. Cientos de policias que continuaban con su cortejo macabro. Y la derrota volvía a producirse porque les estaban protegiendo, porque ni siquiera nos dejaron acercarnos a menos de cincuenta metros para mostrar nuestro rechazo; porque los socialdemócratas son así. Todo lo que me quedaba era, como un hool cualquiera, demostrárles mi rabia, y creer, por un momento, que Vallecas sería su tumba. El fuck-off inglés; y el puto fútbol, como lo empiezo a odiar.

Subo Peña Prieta, derrotado, con mis gafas de sol mojadas por las gotas, sin siquiera haber podido evitar su intrusión en mi barrio, en mi vida; una agresión a mi individualidad, a mi libertad. Subo sólo. Esa sensación de soledad, quizá, es la que más miedo me da. Y los cerdos se van a Pacífico.